Un periodista preguntó “¿Por qué va usted a la cancha a ver a Tigre?” Inmediatamente se me aparecieron cientos de imágenes. La camina por Perón de la mano de mi viejo, los viajes a los estadios del ascenso, los goles Paruzzo, la bandera colgada en mi habitación, las cargadas en la escuela por ser de un equipo chico, las rateadas en el secundario por los partidos de semana, las finales con Chacarita, con Platense, con Argentinos de Rosario… pero de mi boca no salió una respuesta, solo un profundo silencio. Tenía, eso sí, cien luchadores de sumo atragantados en la garganta ansiosos por la medalla dorada a la mejor respuesta.
Aquella pregunta era lógica ¿por qué ir a la cancha? Si bien podría usted irse al bar verlo tranquilo al calor de un fecha, o de la frescura de una birrita (según cómo venga el día) o, si tiene la oportunidad, bien podría usted estarse sentado cómodamente en el sillón de su hogar mirarse el partido de pe a pa. Revisar las jugadas polémicas, discutir en soledad con el comentarista a viva voz en su estrecho ambiente de la razón. Pero no. Cuando el periodista preguntó, pensé en los que no. En aquellos “locos” que entre semana ya estamos espiando cómo viene la fecha de local para organizarnos. Los que jugamos al tetris con la agenda cuando sabemos el horario del partido de Tigre. Los que hacemos malabares con los cumpleaños familiares, los que corremos los compromisos de los viernes. De los que siempre van, no porque quieren, sino porque no pueden dejar de hacerlo. Esas personas, esos hinchas, socios, fanáticos, simpatizantes del convivio futbolístico. Los que no quieren mediaciones de ningún tipo. Quieren estar ahí, en el lugar, con el cuerpo. Del lado de los que juegan, no de 5 ni de 10, sino de hinchas. Aportando con su mirada presente. O con un “uuh”, con un “foul” con un “gol”, con el fuelle de la respiración profunda luego de un gol en contra, o con la respiración queda de la ansiedad por que entre la pelota. Un montón de energías confluyendo en el aquí y ahora del balompié, testigos románticos que esperan esa jugada que pueda cambiar la historia del fútbol mundial, o la historia de un campeonato, o de ese partido o al menos de la tarde. La energía de lo imprevisible, de lo insólito, que todo lo puede, que todo lo da y lo quita. Testigos eternos de los mejores y los peores momentos. Festejos, derrotas, corridas, bronca, alegría, pasión, amistad, odio, amor… de todos los sentimientos de la humanidad jugándose durante 90 minutos, y de todos los humores por los siglos de los siglos.
¿Por qué vamos a la cancha a ver a Tigre? Pregunta el periodista al hincha. Si hay respuestas son soberbias. Y yo, por suerte no tengo una respuesta, más que un emotivo silencio. ¿Por qué no ir a la cancha si juega Tigre? Señoras y señoras, no vuelve el fútbol para nosotros, vuelve a jugar el MATADOR, y nosotros a la cancha.
Foto: Luchi Bermejo