En el bajo de San Isidro una experiencia está rescatando lo mejor de la cultura popular y reuniendo al barrio en torno a una murga que suena cada vez mejor
| Por Hector Serres |
La murga está pegando fuerte en el bajo de San Isidro y sobre todo en el barrio Roque Sáenz Peña, donde le acaban de poner nombre a la suya. Los Soñadores de la Ribera se empezó a armar el año pasado en el taller que se da en La Esperanza (el centro cultural que está en uno de los pasillos del barrio) y ahora los murgueros tienen ganas de carnaval. Los ensayos no paran; los bombos, los zurdos, los repiques y los redoblantes suenan cada vez mejor; las madres están tejiendo o pegando las lentejuelas en las remeras: se viene el corso. Este domingo 23 a la tarde, Los soñadores debutan en sus calles, cerca del río, junto con otras dos murgas, una banda de cumbia colombiana y un DJ. Una fiesta.
Sí, pero faltaría algo si solo contara esto. Esta murga es más que eso. Entonces, hay que cambiar el ángulo: “la Roque” mirada desde arriba, hace unos meses, en 2013. Una villa chica en el bajo, un par de cuadras con casillas y algunas casas un poco mejor terminadas: familias que todavía esperan el Plan Federal de Viviendas, parado desde hace años. Zoom en Rosales al 1200. Rosana y Sebastián, de La Esperanza, charlan sobre lo que se podría hacer cuando terminen de construir el aula del Centro Cultural, y en algún momento alguien dice: “Qué bueno sería un taller de murga, ¿no?”.
¿Qué ruido? ¡Murga!
De a poco la palabra fue creciendo, sonando, repiqueteando: MURGA.
Lucas, que dirige a Los Soñadores, empezó a dar el taller en abril del año pasado: “La murga arranca siendo un taller con unos pocos bombos que había en el centro cultural. Éramos cinco las primeras veces. Nos alejábamos del barrio, porque molestábamos. No éramos bienvenidos, porque no sabíamos tocar. Y ahora, cuando tocamos, el barrio se acerca a ver. Desfilamos por las tres calles del barrio. En cada calle es una energía diferente y es una alegría”.
Hoy, con muchos más ensayos encima y con ese ritmo que contagia y arrastra, son cada vez más los chicos que se acercan a preguntarle a Ro y a Angi, vecinas de la villa, para sumarse. “También pasó este último tiempo que las mismas familias compraron los instrumentos para sus hijos y los mandan a la murga”, cuenta Lucas. Ya son más de dieciséis los que tocan y no menos de veinte las chicas y chicos, adolescentes y madres que bailan. Y se siguen sumando.
Una llave para la calle
Lautaro tiene nueves años y toca el redoblante. También hace artes marciales, desde antes de entrar a la murga. En abril va a competir en un sudamericano, pero está tan metido con la murga que Daniel, su papá, tuvo que hablar con el profesor para que le cambiara los horarios. Después de verlo así de enganchado, Daniel quiso que fuera algo que compartieran. Este domingo va a llevar el estandarte de Los Soñadores de la Ribera en el corso: “Yo voy a participar para apoyarlo a él, para estar con él. Somos unos cuantos de la familia que estamos integrando la murga”.
Además de juntar a la familia y a los vecinos, de ser alegría, colores, baile y explosión en las calles, la murga puede abrir a otras cosas. Daniel cuenta lo que siente cuando lo ve tocar a Lautaro: “Me pone contento, porque esto que están haciendo saca a los chicos de la calle. Tiene la cabeza de ellos metida en otra cosita que no sea las cosas feas que se ven en la calle. Me parece importante a todo nivel, porque que los chicos estén bien involucra a los padres también”. La murga, entonces, como una llave. Para salir pero también para estar en calle de otra forma, para recuperarla, porque una murga sin calle es como tocar un redoblante con un solo palillo.
Se viene el estallido
“Superó mis expectativas –confiesa Lucas- y sobre todo porque son todos pibes, menores de 18 años. Pibes que están empezando a entrar en otra movida, que por ahí ya dejaron el colegio y esto es por ahí una posibilidad de vivir una experiencia colectiva diferente”.
La murga se siente, transmite alegría y también le da voz a todo lo que necesita salir, a la crítica y a la creatividad. “Yo me sorprendí y me sigo sorprendiendo de las cosas que inventan. Los pibes vienen y proponen ritmos. Cada uno lo que quiere. Se organizan. A veces, cuando estoy dirigiendo, ellos mismos se ponen a dirigir y me dirigen a mí”, destaca Lucas. “Ahora el Pelado –uno de los pibes más grandes, que toca el bombo y coordina a los otros bombos- trae un montón de ritmos nuevos y vamos a hacerlos”.
A escucharlos y a verlos este domingo, entonces. Va a ser un gran día para empaparse de murga.
Fotos: Ariel Gómez Barbalace