Una reflexión desde el hincha de la primera derrota del Matador en su cancha en lo que va del año.
Por: Juan Dall'Occhio
¿Recuerda a ese niño o a esa niña de la escuela que se burlaba de todos, que se las sabía todas, que canchereba, molestaba, te afanaba las figuritas o los lápices y le echaba la culpa a otro, o que te hacía quedar en ridículo ante el resto de los compañeritos? “aah, se le ven los calzones”, te decía, o “jaja, mirá las zapatillas crotas que usa” “mirá cómo está peinado, aaaah”. Ese niño o niña que los compañeritos respetaban por miedo a sus burlas, que nadie quería, que despertaba el odio incluso entre las maestras. Ese niño que llamaba la atención cuando estaba con su bandita de cómplices pasivos, pero que era mansito cuando estaba solo. Ese niño o niña muuuy caprichoso, que cuando alguien le contestaba o le devolvía alguna de sus burlas hacía un escándalo que se enteraba toda la escuela y hasta venía la madre a hablar con la directora a pedir una reunión urgente con todo el gabinete “porque están molestando a mi bebé”. Ese niño que después no volvimos a ver más, que lo perdimos en un recuerdo a medida que fuimos construyendo nuestra historia como adolescentes en el secundario, como jóvenes, aprendiendo de la vida, buscando laburo, desarrollando una familia. Ese niño que cada tanto te acordás y pensas “cómo pude dejarme amedrentar por este pibe”. Ese niño que un día, de casualidad, te lo volvés a encontrar en el tren con traje de garca, que te saluda como a un amigo pero que en el fondo, en el cuerpo, nos sigue generando incomodidad, molestia.
Ese niño que ahora tiene maletín y zapatos, y cuando te ve lo primero que te dice es: “¿seguís usando los calzones con avioncitos?” “te seguís peinando como gil?” “mirá las zapatillas crotas que te pusiste” como si el tiempo nunca hubiese pasado, aunque uno ahora es otro al de entonces.
Ese niño para Tigre es Quilmes.
Porque la hemos pasado mal dentro de la cancha en categorías de ascenso. Porque es un rival que lo tenemos atragantado, que nos ha ganado de forma insólita más de una vez, sin merecerlo, sin patear prácticamente al arco de local y de visitante. Ese rival que tiempo atrás enfrentamos sabiendo que alguna vez ganaron un campeonato de primera división y con su presencia blanca se hacía respetar, pero que con la pelota rodando nunca fueron más que nosotros. Quilmes es ese niño gallina que en las finales mano a mano lo doblegó cualquiera, algo que en el amaratónico ascenso a nosotros no nos sucedió. Ese niño cuyo rastro habíamos perdido luego del gran ascenso a primera, que lo volvimos a recibir con una paliza categórica pero que en poco tiempo nos tiró sal en la cicatriz del tiempo con una serie de victorias inmerecidas en nuestra casa. La última, la del lunes. Tan incomprensible como injusta por los fallos arbitrales, doblemente dolorosa por ser el día de nuestro cumpleaños, por haber dejado pasar la oportunidad de quedar a seis de la punta y con los líderes por enfrentar. Otra vez Quilmes, ese niño torpe e incómodo que estorba nuestro fulbito en los recreos, que nos mira con envidia porque sabe que un grande no se hace, se nace.
¿Recuerda a ese niño o a esa niña de la escuela que se burlaba de todos, que se las sabía todas, que canchereba, molestaba, te afanaba las figuritas o los lápices y le echaba la culpa a otro, o que te hacía quedar en ridículo ante el resto de los compañeritos? “aah, se le ven los calzones”, te decía, o “jaja, mirá las zapatillas crotas que usa” “mirá cómo está peinado, aaaah”. Ese niño o niña que los compañeritos respetaban por miedo a sus burlas, que nadie quería, que despertaba el odio incluso entre las maestras. Ese niño que llamaba la atención cuando estaba con su bandita de cómplices pasivos, pero que era mansito cuando estaba solo. Ese niño o niña muuuy caprichoso, que cuando alguien le contestaba o le devolvía alguna de sus burlas hacía un escándalo que se enteraba toda la escuela y hasta venía la madre a hablar con la directora a pedir una reunión urgente con todo el gabinete “porque están molestando a mi bebé”. Ese niño que después no volvimos a ver más, que lo perdimos en un recuerdo a medida que fuimos construyendo nuestra historia como adolescentes en el secundario, como jóvenes, aprendiendo de la vida, buscando laburo, desarrollando una familia. Ese niño que cada tanto te acordás y pensas “cómo pude dejarme amedrentar por este pibe”. Ese niño que un día, de casualidad, te lo volvés a encontrar en el tren con traje de garca, que te saluda como a un amigo pero que en el fondo, en el cuerpo, nos sigue generando incomodidad, molestia.
Ese niño que ahora tiene maletín y zapatos, y cuando te ve lo primero que te dice es: “¿seguís usando los calzones con avioncitos?” “te seguís peinando como gil?” “mirá las zapatillas crotas que te pusiste” como si el tiempo nunca hubiese pasado, aunque uno ahora es otro al de entonces.
Ese niño para Tigre es Quilmes.
Porque la hemos pasado mal dentro de la cancha en categorías de ascenso. Porque es un rival que lo tenemos atragantado, que nos ha ganado de forma insólita más de una vez, sin merecerlo, sin patear prácticamente al arco de local y de visitante. Ese rival que tiempo atrás enfrentamos sabiendo que alguna vez ganaron un campeonato de primera división y con su presencia blanca se hacía respetar, pero que con la pelota rodando nunca fueron más que nosotros. Quilmes es ese niño gallina que en las finales mano a mano lo doblegó cualquiera, algo que en el amaratónico ascenso a nosotros no nos sucedió. Ese niño cuyo rastro habíamos perdido luego del gran ascenso a primera, que lo volvimos a recibir con una paliza categórica pero que en poco tiempo nos tiró sal en la cicatriz del tiempo con una serie de victorias inmerecidas en nuestra casa. La última, la del lunes. Tan incomprensible como injusta por los fallos arbitrales, doblemente dolorosa por ser el día de nuestro cumpleaños, por haber dejado pasar la oportunidad de quedar a seis de la punta y con los líderes por enfrentar. Otra vez Quilmes, ese niño torpe e incómodo que estorba nuestro fulbito en los recreos, que nos mira con envidia porque sabe que un grande no se hace, se nace.
Foto: Tigre Oficial - Carlos Borgonovo.