Foto: Agustín Duserre
Los británicos de Blur pasaron por Vicente López y dejaron una estela de todo lo que una banda de rock tiene que hacer: mezclar clásicos con canciones nuevas, traer un set sin escatimar instrumentos y, por sobre todo, demostrar que tras 25 años la diversión entre público y músicos todavía es posible.
A las 21.05 la guitarra de Graham Coxon largó como estiletazos los primeros acordes de "There's No Other Way", el primer hit de la historia de Blur, registrado en Leisure, su álbum debut de 1991, pero alterada por la nueva naturaleza de la banda. La gente, al unísono, sintió cómo esas dagas que emergían de la Les Paul la atravezaba, transformando a las personas en una masa compacta que saltaba desenfrenada.
Seis minutos antes, encabezados por el carismático todo terreno Damon Albarn, el cuarteto británico -completado por el bajista Alex James y el baterista Dave Rowntree- apareció en el escenario del microestadio de Tecnópolis y arrancó su show con "Go Out", uno de los corte difusión de su flamante "The Magic Whip".
La puesta en escena era un tanto somera, pero, en contraposición, el grupo fue acompañado por un tecladista, tres coristas, un percusionista y cuatro vientos (dos trompetas, un trombón y un saxofonista que tocaba, además, el clarinete), evitando, así, el vicio actual de tirar pistas pre grabadas desde la consola.
Si la presentación de 2013 en el Quilmes Rock había sido un viaje emocional guiado a los años felices del Britpop, el show de Tecnópolis fue el mapa atmosférico de su transformación en una banda más compleja y sofisticada, comandada por un viajero excéntrico y con un diente de oro que puede perderse en China, Africa o un iPad, y volver con álbumes de hip-hop animado, canciones sobre el futuro y baladas para elefantes huérfanos.
Los músicos regresaron para terminar la ceremonía empezada una hora cuarenta antes y, como si fueran sermones, pasar por "Stereotypes", "Girls and Boys", "For Tomorrow" y "The Universal", canción que tuvieron que reiniciar tras un pifie que Albarn achacó a Rowntree, aunque al segundo dijo: "Tal vez me equivoqué yo".
Fueron, de esta forma, casi dos horas en los que toda una generación pudo disfrutar no sólo de la vigencia de los clásicos que los vio crecer, sino, también, del podio que el cuarteto de Colchester se supo apropiar.
Esta nueva reencarnación del Blur suena como una extraña orquesta alimentada por el caos y la tecnología, por sus vidas fuera de la banda y por la madurez. En canciones como "Lonesome Street", "Ghost Ship", "Thought I Was a Spaceman" o "Ong Ong" resuenan paisajes de Hong Kong, el olor de una feria perdida del sudeste asiático, percusiones tribales y también la hermosa prepotencia de una banda de britpop que en los 90 conquistó el mainstream, cuando el setlist pasa por hits como "Park Life", "Song 2" o "Tender", que funcionan como balas de plata contra los corazones de la audiencia. Sin embargo, los mejores momentos son cuando el grupo construye esas atmósferas extrañas, zapadas que suenan como sinfonías futuristas para un mundo bello y alienado, baladas de ciencia ficción para una civilización conectada.
Fuente: Rolling Stone