El fernet que está preparando Jorge en esta foto tendrá proporciones exactas. “Venenoso, Jorge”, como se lo pidió Carlitos. Y cuando termine de prepararlo, además, va a desafiar las leyes de la física: el líquido superará por varios centímetros los límites sólidos y cónicos del vaso de vidrio sin derramar ni una sola gota. ¿Cómo es posible? El fernet de Carlitos, al igual que el de todos los clientes de Dulcinea, esta contenido por la calidad humana de quien lo sirve. Eso, en definitiva, es lo único podía llegar a desbordar en el bar de Jorge.
Esta hipérbole, sencilla e inocente, se volverá comprensible para quien alguna vez haya conocido la generosidad de Jorge. Sabrá dimensionar en consecuencia el hueco que nos dejó su partida, a su familia y a sus amigos. Y quienes alguna vez hayan sido adoptados por un bar sabrán valorar su verdadera función social (ojo, la condición de hogar, lo que se dice hogar, no es para cualquier bar). Jorge condujo Dulcinea con compañerismo, compromiso y amor, como lo hizo su viejo antes que él.
En Dulcinea, por ejemplo, se han improvisado bailes, se organizaron conciertos, festejos de cumpleaños, alianzas políticas, asambleas. Se creó la subcomisión de cultural de Tigre, hubo muestras de pintura, milongas, performance e infinidad de transmisiones de partidos de fútbol. Una vez, ante la imposibilidad de ver uno, se organizó una “escucha colectiva”. Sí, eso mismo. En vez de abandonar el bar en busca de otra tele, se puso en la barra una vieja radio a pilas que bramó cada una de las jugadas del Matador ante el respetuoso silencio de las más de veinte personas.
A pesar de las mudanzas, Pinta, Fito, el Profe, Sabri, el 22 y todos sus clientes peregrinamos de un local al otro multiplicándonos. Se ha visto mucho amor por un club ¿pero por un bar? Es un poco más difícil. Porque cuando Jorgito te traía la cuenta te regalaba una birra o una gaseosa. Y por ahí, de costado, te soplaba un consejo. O te reponía la bandejita de papas aunque hayas consumido un solo vasito de vino y te decía “está jodida la cosa”. Jorge era de los que te fiaba y no perseguía. Confiaba, como dice la palabra. Te daba otra fichita de la rocola para que le pongas música al momento.
Desgraciadamente hoy nos toca despedirnos. De forma inesperada y temprana. Muy temprana. Con él nuestros recuerdos en Dulcinea se volverán joyitas que debemos atesorar y honrar. Como un regalo. Ese que Jorge nos dio en vida desde su comercio familiar, popular y festivo. Con humildad.
En lo personal, me deja una escala. Una forma de medir las cosas, los lugares, las personas. Esa sensación ganada de que “en los pequeños detalles están los grandes gestos”. Pero no de chamuyo. Una escala metafísica con lo que el resto de mi vida voy a medir y a medirme. La escala Dulcinea.
Gracias Jorge, salud, y hasta siempre amigo.
Foto y texto: Tito Dall’Occhio (escritor, dramaturgo, editor de la revista Timbó)