Por Mariano Carou*
Que la Iglesia, desde su Magisterio, se ha equivocado tradicionalmente de mueble, focalizando en la cama, de la que sabe poco, en lugar de centrarse en la mesa –en torno a la cual se comparte–, de la que sabe bastante más, es algo que nos resulta familiar. Ahora bien: que cada tanto surja entre sus filas algún iluminado con pseudo argumentos que no resisten el menor análisis, eso nos va sorprendiendo cada vez más por lo raro, por lo anacrónico y por lo inoportuno. El ataque que sufrió un joven sanisidrense por su condición de homosexual en el contexto de una fiesta privada, además de poco elegante, es una manera de no haber entendido nada: ni del evangelio, ni del cristianismo, ni de la vida.
Hemos avanzado mucho, claramente, desde la época de la Inquisición hasta ahora. Este tipo de conductas que rayan la animalidad son cada vez más raras; sin embargo, pueden servirnos para puntualizar algunas cuestiones. Por empezar, este ataque contradice la lógica interna del cristianismo, cuyos planteos básicos se reducen a dos ejes: uno vertical, la relación con Dios y la buena noticia de que la muerte ha sido vencida; y otro horizontal, resumido en el mandamiento del Amor que Jesús estableció en la Última Cena. Si una pareja se ama, sea del género que sea, no tan solo no niega al Evangelio sino que más bien lo afirma. Segundo: Jesús, quien en su época fue señalado por acercarse a las prostitutas, los cobradores de impuestos y los enfermos, jamás dijo nada sobre la homosexualidad.
Toda la moral sexual de la Iglesia Universal referida este tema se basa en algún versículo del Levítico y en algún otro de Pablo, el mismo que decía que la mujer debía estar sometida al varón y que era preferible mantenerse casto y no casarse para esperar la inminente segunda venida de Jesús (algo que, según sus cálculos, ocurriría una de aquellas tardes). En tercer lugar, cada vez cobra más seriedad la hipótesis de que Jesús curó al sirviente-amante (“pais”, en griego) del centurión (Mt 8, 5-12), sin hacer ningún planteo moral –que claramente conocía–, sino más bien admirándose de la fe del soldado pagano.
Quizás duela que el mensaje subversivo del evangelio, es decir, de esta propuesta que pone todo patas para arriba, esté llegando a algunos destinatarios que hasta no hace mucho eran excluidos. Peor para quienes se lamentan: no han entendido que Dios es Amor (1 Jn 4) y que, si siguen encerrados en sus odios, sus dogmatismos y sus prejuicios, quedarán fuera del banquete (Mt 22, 1-10), del que Jesús echa a los de corazón cerrado, para que puedan ocupar su lugar los que no le tienen miedo al Camino, la Verdad y la Vida (Jn 14, 6).
*Mariano Carou es un intelectual y docente de gran trayectoria. Ha trabajado en varios colegios religiosos de San Isidro.