El partido del Matador desde la mirada de un hincha.
Por Juan Carlos Dall Occhio
La pesca es un culto a la paciencia y al trabajo; como un pescador, el matador atrapó a un sábalo para alimentar la ilusión de los hinchas y fortalecer el trabajo del plantel.
Un buen pescador sabe de madrugar, calentar la pava mientras prepara sus elementos para una extensa jornada en el río. De un atisbo al cielo ya sabe cómo estará la temperatura cuando se inmiscuya en las profundidades del Estadio del Negro. Se poncha las botas de goma, se calza la azul y roja, se chupa el primer mate. Desata el ballestrinque entre la neblina, se acomoda en su embarcación islera sin papeles, enciende el motor y se pierde entre el follaje ribereño rumbo al Paraná.
La noche anterior, el pescador soñó con sacar un sábalo. Él, tensando y destensando la línea, soltando el reel, recogiendo, cansando la presa en el primer tiempo para dar el zarpazo en el segundo y llevarse los tres puntitos pal rancho. Se entusiasma en cumplirlo, como un presagio divino, como un destino inevitable. Mientras navega recuerda los consejos del Viejo, cómo encarnar, la profundidad correcta “ni muy abajo, ni muy arriba, en el centro y corto. No más de 30, 40 metros entre las líneas”. No será fácil su objetivo, porque el “El salmón de los pobres" cómo le dicen, es un pez de agua fría, sus otoños e inviernos los pasa en el océano, así que el mejor momento para pescarlo es durante la primavera y el verano… y estamos a 21 de marzo.
Entra río arriba a las anchurosas aguas santafesinas. Le hace frente a la corriente y al embate del viento que lo quiere arrojarlo con violencia hacia el Río de la Plata. Necesita hacerle frente a la corriente para pescar al sábalo mientras nada río arriba. El pez se moverá hacia la orilla cuando haya menor fricción de la corriente. El matadorbusca zonas donde haya una curva contra la orilla, ya que la corriente es más fuerte ahí y empuja a los sábalos contra la raya de fondo, los presiona y ¡Zas! Le roba la pelota y mete el pase en profundidad. Tira, tira, tira y lo saca suavemente contra la superficie.
El pescador regresa a su muelle como indio que ahuyentó al colono. Las aguas calmas lo esperan a la vera de su rancho salvaje. Amarra con ballestrinque y descarga los sábalos contra la dulce tierra de su delta. Mira al cielo, agradece al viejo por sus consejos y por la herencia de pescador. Red al hombro y olla al fuego, su mujer lo espera sazonando y cortando la verdura. Sus hijos van a su encuentro, lo abrazan. El matador vuelve a su rancho con el objetivo consumado, ahora se sienta en la mesa, se sirve un vaso de vino, lo bebe de un trago y a descansar hasta la próxima aventura. Salú.