Una hora, tres horas, medio día, doce horas. El valor de un auto, del tiempo, y una historia en la que ninguna de estás dos importan. La unidad familiar contra un perjuicio que entienden injusto, por fuera de toda validez, al margen de una ley.
| Por Matías Suárez |
Fue el sábado, uno más como tantos, un día tan aburrido como los demás pero con el gusto de ser fin de semana. Una peluquería en Martínez en ese día a las cuatro de la tarde, es como sumergirse en las mismas entrañas de un shopping con rebajas de precios.
No sólo por encontrar mujeres por doquier, sino también por el caos de tránsito en la puerta. Un improvisado estacionamiento se genera al punto de encontrar novios y esposos tan impacientes, como la luz de la baliza al estacionarse doble fila. Quizás sea una de las razones de porque la presencia, en esa calle, de los viejos llamados “zorros grises”, ahora devenidos en “personal de transito municipal”.
En ese momento, la luz de la baliza hacía unos segundos que habían empezado a parpadear, Raúl adentro de la peluquería buscaba a su esposa para pagar y poder irse. Mientras más apuro tenía, afuera el sonido del silbato fue un adelanto de lo que sería un largo, muy largo, sábado de mayo.
Las impaciencias fueron congruentes, la de Raúl para salir de ahí, y la del personal de tránsito para que ese amenazante auto en doble fila desaparezca de la calle Hipólito Yrigoyen al 53. Silbato tras silbato, dieron paso al libro de procedimientos, y lo inevitable estaba por ocurrir.
Parados de un lado del auto, cuando Raúl salió, el personal de tránsito ya lo estaba esperando. Ante las disculpas del caso y las intenciones de irse, el procedimiento ya le había marcado su suerte. Raúl no pudo irse, y ante el pedido de los papeles del auto comenzaría una historia que tardaría no menos de 12 horas en resolverse.
Inmediatamente, apareció Milagros y junto a su esposo Raúl y sus 4 hijos, intentaron explicar los motivos varios por lo que uno puede salir de su casa sin ese, maldito hasta el final, comprobante del seguro del auto. Palabras más, palabras menos, con las impaciencias por medio, el clima de esa tarde empezó a calentar los ánimos de unos y de otros.
La intransigencia del personal de tránsito, justificada en los artículos de la ley de tránsito, devino en la presencia del personal de Cuidados Comunitarios primero, y de la grúa municipal después. No hubo salida ya, el auto se queda. Las excusas y los improperios de unos y otros no alcanzaron para lograr una solución consensuada.
Así fueron pasando las horas, no había solución. Milagros y Raúl estaban seguros, no iban a permitirse irse sin el auto. Resistir fue la decisión, sus 4 hijos y el embarazo de Milagros parecía darles su apoyo. Mientras tanto, por la calle los transeúntes hacían blanco al personal de tránsito y Cuidados Comunitarios con insultos y quejas entremezcladas con, el siempre presente, tema de la inseguridad.
Pasadas las horas, no hubo forma de convencer a la pareja de dejar el auto, el acarreo no era una opción para ellos. Milagros diría durante todo el tiempo, que el trato del personal de tránsito fue pésimo, que en sus intentos para que bajaran habían incurrido en discriminación por sus facciones genéticas peruanas, y que no era posible que la tengan retenida allí estando embarazada y con sus cuatro hijos.
Por el lado de la autoridad, ya no sólo del personal de transito, sino de Cuidados Comunitarios y de la Policía de la Provincia de Buenos Aires, explicaban que ni la pareja ni sus hijos estaban retenidos, sino el auto.
La noche llegó, la intensidad del frío se hizo fuerte, y ese auto con una familia resistiendo seguía cruzado por una grúa y los móviles policiales. Por muchas horas se esperó ese comprobante de seguro, que más tarde se supo que nunca llegaría.
Las horas pasaron, tantas horas fueron que se volvieron el verdugo de todo reclamo y toda resistencia. Entrada la medianoche, ya nada parecía tener sentido, salvo una extraña y sorprendente fortaleza de Milagros para seguir adelante adentro de ese auto, con la sola convicción de luchar contra lo que creía injusto, sin importar la ley por medio que les exigía un seguro.
En ese instante de la madrugada, la palabra “seguro” tomó otro significado. El ir y venir de vecinos preocupados por los chicos y la mujer embarazada, evidenció la falta de una capacitación en contención y negociación ante estas situaciones. Por ese motivo, entre una abogada desinteresada que intentó interceder, algunos vecinos, y hasta este mismo cronista, lo único a conseguir era convencer que lo inevitable iba ocurrir por más tiempo que se ganara.
La presencia de un fiscal o un juez ya se había descartado, la imputación por desobediencia ya había sido firmada, la multa y el acarreo era una realidad.
Los esfuerzos de terceros por llegar a una solución, fueron por momentos en vano por una inexplicable intromisión desubicada de algún policía trasnochado. Pero lo cierto, es que una presencia fue el eje que empezó a desentramar el problema. Fue la llegada una joven mujer policía, quizás ella fue la contención y la sensibilidad femenina, de una autoridad, que faltó desde el principio del conflicto.
Ella, la mujer policía anónima, enseguida llamó a una ambulancia con obstetra, atendieron a Milagros, y de a poco en esa madrugada, parecía que por fin todo terminaría.
Hubo muchas idas y vueltas, muchas dudas, desconfianzas, gestos y formas que alimentaron los orgullos de los dos lados. Milagros demostró ser una mujer fuerte, luchadora aunque emprenda batallas, como esta, que ya tenía perdida desde el principio.
Finalmente, una segunda ambulancia predijo el final, la mezcla de hambre y nervios fue el quiebre, el embarazo y los hijos dieron por concluida la resistencia. La unidad familiar fue probada al extremo, porque por momentos eran los chicos los que alentaban a los padres a continuar.
Pero ya estaba, 4 am marcó el reloj, lo que Milagros quería conseguir no se podía. El auto se fue. Pero aunque no lo vio en ese momento, ella ganó una enseñanza para sus hijos, no rendirse aun rendido.
Vehementemente, es la verdad, pero pocos somos lo que nos podemos probarnos ante tal situación. Las 12 horas de resistencia dejaron sobre ese asfalto que el sentido humanitario no lo contempla una ley de tránsito, que la falta de sensibilidad y negociación de la autoridad no se reemplaza con violencia e insultos, y que nada rompe el molde como hacer lo que pocos harían.
Al volver en esa madrugada, el título nació: ¿cuánto tiempo resistís dentro del auto para que la grúa no te lo lleve? No hago apuestas, pero 12 horas no es un reto para cualquiera.