Si bien Mateu nació en la Ciudad de Buenos Aires, más precisamente en Floresta, hace 40 años que vive en el partido de Vicente López, que él mismo define como un claro lugar de pertenencia. Desde hace 15 años reside en Munro, entre los casi 40 mil hombres y mujeres que lo habitan, y desde allí busca una parte de su inspiración.
Como si estuviera impreso, pese a que Mateu no lo cree así, el arte se metió en su vida, sin la necesidad de traer consigo una imposición familiar que lo llevara a elegir ese camino. “Fue una decisión personal”, aclara, aunque una anécdota pareciera revelar lo contrario: “En mi bautismo, un primo de mi viejo me dio una carta que decía que, por mi nombre, esperaba que no me dedicara a la pintura porque iba a correr la coneja. La carta me la dieron 25 años después, porque la tenían guardada mis viejos, y yo en ese entonces ya me dedicaba a pintar. Son esas cosas locas de la vida.”
“Siempre dibujé y pinté, pero desde los noventa comencé a trabajar con continuidad y seriedad en el arte”, cuenta Mateu sobre sus inicios profesionales, luego de ser un ex trabajador fabril que no terminó el secundario, que descubrió su verdadera pasión, y que empezó motivado por un deseo personal y por su propio empuje, porque para él “el arte es como respirar”. Ese deseo y esa pasión se transformaron pronto en objetivos, y decidió estudiar en la Escuela de Arte Pridiliano Pueyrredón, institución que hoy integra la Universidad Nacional de Arte (UNA).
Mateu, que se especializa en pintura y escultura, asume que tiene más problemas en pensar la obra que en realizarla, porque cuando la tiene resuelta en su cabeza “es una cuestión de ansiedad y de tiempo para poder terminarla”. Según sus palabras, descubrir el acrílico como herramienta fue una revelación: “Pinto, seco la pintura con un secador, y vuelvo a pintar encima de nuevo”, cuenta, y a su vez recuerda que comenzó con el óleo, que “es un material noble, pero muy lento para esta época”.
Se levanta a las cinco de la mañana para entregarle su cabeza y su cuerpo al arte, mate mediante, en el taller que armó improvisadamente en el fondo de su casa. “Me gusta mucho la escultura, y cada tanto hago obras en mármol, hierro o madera, pero el problema de esa rama es el espacio, no tengo lugar para poner los materiales”, argumenta, y aclara algo que resulta paradójico: “Cuando participo en concursos, tengo más premios en escultura que en pintura.”
Pese a su humildad, Miguel Mateu se ha ganado el reconocimiento por sus menciones, entre las que pueden destacarse el 1er Premio Salón del Tango Casa de la Cultura de Vicente López (2004), el 3er Premio de Pintura Félix de Amador (2008), Mejor Artista de Vicente López (1998 – 2007), pero más aún por la profundidad de sus obras.
El encuentro con su punto motivacional se da no sólo en los paseos por el partido de Vicente López, sino también en sus relaciones. “En algunas de mis obras se pueden observar barcos, que tienen que ver con los naufragios personales, con esos fracasos que tenemos todos”, explica, y agrega que, en esas obras, refleja las personas “como tacitas de café que tienen remos en ese naufragio”, haciendo alusión a la lucha de las personas en la vida para saber sobrellevar los momentos difíciles, con un detalle particular: las obras en las que sólo puede apreciarse una taza, tienen tinte autorreferencial para el artista.
Según Mateu, su pintura trata de considerar lo que le pasa a él y a los otros, y de contar esas historias, para poder comunicarse mediante esa expresión con la gente. “No creo que sea una obra individual, sino que es una obra en conjunto”, sintetiza.
“A mí el arte me dio la vitalidad, no concibo la vida si no estuviera pintando o haciendo algo relacionado al arte, pero yo no sé si le aporté algo todavía, eso lo dirá el tiempo”, expresa Miguel, aunque en el día a día dedique su cuerpo y su constancia no sólo a su labor como artista, sino también a su labor como docente.
En ese otro aspecto de su vida, trata de ser más claro aún que en sus obras: “La tarea docente seria se transmite desde la experiencia, no sólo desde la teoría”. Quizás por este motivo saque a sus alumnos de las aulas y prefiera llevarlos a recorrer las calles de Vicente López y las galerías de arte. Su carrera docente no es menos atractiva que su carrera como artista, ya que dió clases en varias escuelas primarias y secundarias, pero ahora está jubilado, y sigue enseñando por gusto en el colegio Los Molinos, ubicado también en el municipio.