Texto : Rocío Desimone y Romina G. Amaya Guerrero
El 19 de marzo se decretó en el país el “Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio” ante el avance de la pandemia provocada por el virus COVID-19. De esta manera, la “cuarentena” pasó a ser obligatoria para todas las personas, con excepción de algunas actividades consideradas esenciales.
Entre las actividades consideradas no esenciales dentro del decreto, y por ende, de aislamiento obligatorio, se encuentra el trabajo doméstico remunerado. La no excepción al decreto, sin embargo, no genera excepciones con relación a los abusos por parte de los/as empleadores/as en esta actividad que, si bien forman parte del discurrir cotidiano, se vio agravado en este nuevo contexto.
Entonces, ¿qué pasa durante esta cuarentena? Salarios no pagos, vacaciones forzadas, trabajadoras en baúles, aislamiento obligatorio en casa de empleadores/as, trabajadoras domésticas por niñeras, y diversas escenas de esta nueva “vida cotidiana” que profundizan desigualdades y abusos preexistentes.
9 am. Recibo una llamada: Es Adriana.
Adriana (56 años, Santiago del Estero) es trabajadora doméstica, actividad, que como la mayoría, se encuentra en suspenso por la cuarentena.
“Esta semana la tenes paga, pero los proximos 15 dias que se vienen tomatelos como vacaciones” Me cuenta que le dijo la señora N. una de sus empleadoras.
Adriana no sabe cómo manejarse, sabe que no corresponde que la obliguen a tomar vacaciones pero los números del sindicato no atienden (por la cuarentena) y no sabe como mandar mails.
Entonces me pide ayuda. Una vez que conseguimos la respuesta que confirma que deberán seguir pagándole su sueldo y no podrán obligarla a tomarse vacaciones.
“Ya le mandé” Me comenta Adriana y sigue “Me dijo que ella con los derechos no va, pero que ella es buena, que me paga más de lo que dice la ley”.
“Si vamos por buenas, le digo, yo también fui buena con usted: cuando necesitó, también estaba presente. No me gusta que me echen en cara las cosas”.
“No te echo en cara, pero vos me venis con la ley y yo te estoy hablando bien para que arreglemos”, responde la señora N.
Durante estos días de cuarentena se ha visto más de una escena relacionada al trabajo doméstico remunerado en donde los empleadores avasallan los derechos de la trabajadora haciendo bandera de su posición de poder en la relación.
La situación a la que se enfrenta Adriana, incluso al encontrarse regularizada, se presenta más como la norma que como la excepción. Lo que nos deja un terrible pronóstico de lo que sucede con las trabajadoras informales del sector.
“En Tandil el empresario Gustavo Cardinale fue demorado luego de que se denunciara que ingresó con su mucama en el baúl del auto.” El empresario hizo un descargo en donde alegó que se trataba de una empleada administrativa de su empresa. Sin embargo su nombre no aparece como empleada en relación de dependencia de ninguna de sus empresas.
Por la pantalla aparecen videos y audios, Susana Giménez y Catherine Fulop hacen alarde de “pasar la cuarentena juntas” con sus empleadas domésticas.
“Juanita se quedó acá encerrada en casa jaja...Que no se entere Alberto”. La que habla es Catherine Fulop. En su cocina, las dos se encuentran paradas frente a una tabla de planchar: “Juana le va enseñar a su patrona como hacer una buena ama de casa” comenta a sus followers.
Lejos de parecer una relación amistosa y divertida, en los videos se ve el despotismo y el maltrato de Catherine hacia Juana. “Si me lo quemas me lo compras” sentencia la patrona, Juana agacha la cabeza y su rostro se frunce en una risa nerviosa “Después me dice que me va a echar”.
Estos hechos se replican en otros países de Sudamérica. En Colombia, muchos empleadores hacen pasar a sus trabajadoras domésticas por niñeras (actividad que por tratarse de cuidados se sigue efectuando durante la cuarentena) para poder continuar con los servicios (de limpieza).
El caso más grave se da sin dudas en Brasil, donde una de las primeras muertes registradas por COVID-19 fue una mujer del servicio doméstico, contagiada por su empleadora, quien había regresado de Italia con síntomas y no solo no se lo comunicó sino que la expuso al contagio.
La opresión de género y etnia y la explotación de clase que caracterizan la composición de quienes trabajan en el sector, también son pandémicas, se conjugan con el virus y resultan en una dosis intolerable de abusos.
En Argentina, los datos demuestran esa compleja trama de género-etnia-clase, tal como evidencia el informe “Las trabajadoras de servicio doméstico en Argentina” realizado por Natsumi Shokida para Economía Femini(s)ta, basado en datos de la EPH del INDEC del 2º trimestre de 2019. Así, el sector de trabajo doméstico muestra una feminización casi total: el 97,9% de quienes trabajan allí son mujeres. De esas mujeres, el 20% ha migrado de provincia y casi un 10%, de país (por encima de las tasas migratorias de la población general). En lo que respecta al nivel de instrucción, “más de la mitad de las trabajadoras del sector finalizó el nivel primario de escolaridad, a lo que se suma un 35,7% que cuenta también con el nivel secundario, en tanto un 7,7% no posee instrucción formal.” Como también se menciona el 41,7% es el primer sostén económico del hogar, con un ingreso promedio mensual que rondaba los $7.300 (recordemos que el informe refiere al 2º trimestre de 2019). En comparación con todas las ramas de la economía, esta es la peor paga. De acuerdo con el mismo informe, casi la mitad de estas mujeres tienen entre 30 y 49 años, y el 31%, entre 50 y 64 años.
El 3 de abril de 2013 se sancionaba la Ley 26.844 que establece el Régimen especial de contrato de trabajo para el Personal de Casas particulares. Esta Ley otorgó el marco regulatorio a las actividades realizadas en las casas particulares y, en definitiva, sacó de la invisibilidad a “la chica que me ayuda en casa” para darle el estatus de trabajadora. Actualmente, se estima que el 35% de las personas que trabajan en el sector se encuentran registradas. Es decir, el alcance de la regulación es muy bajo aún y, como lo demuestran los relatos, no garantiza el cumplimiento de los derechos que allí se contemplan, desde ya, no solo en tiempos de pandemia.
Aunque, sin dudas, la Ley constituye un avance en materia de derechos, las relaciones de poder, como mencionamos más arriba, vinculadas a la tríada histórica de género-etnia-clase que los feminismos negros hicieron visibles, impregnan las relaciones laborales de este sector. Ese ejercicio del poder se pone en juego, aún más, en este ámbito laboral que está impregnado de límites difusos, donde lo privado del hogar y lo público del trabajo se entremezclan, donde los arreglos laborales y las negociaciones de las condiciones de trabajo son cotidianas. Esta pandemia expone con crudeza descarnada esa compleja trama de relaciones de poder, que confina a esas trabajadoras a aislamientos forzosos no deseados, las oculta en un baúl, las muestra como trofeos por redes sociales. Elegimos el 3 de abril, su día, para hacerlas visibles, reivindicar su rol de trabajadoras y, desde nuestro lugar, contribuir a la lucha por el ejercicio pleno de sus derechos.