El partido del Matador desde la mirada de un hincha.
Por Juan Carlos Dall 'Occhio
La semana pasada hablábamos aquí mismo de los visitantes, recordará usted entonces la sencilla historia de Fabián y Pablo en San Juan. Esta vez me tocó vivirla de local. Ver ese rostro desconocido y tímido arrimado contra un rincón de la tribuna local, entre las sombras de los nuestros, de los de azul y rojo. Lo supuse enseguida, pues aquel hombre solitario se encontraba notablemente perdido en el ingreso por Perón. Me llamó la atención, fundamentalmente, porque le estoy hablando de un hombre que tendría alrededor de unos 70 años que a pesar del calor de otoño llevaba puesto un sobretodo negro, boina, camisa celeste, pantalón y zapatos. Para mi sorpresa, el hombre eligió la popular para ver el partido y no la tribuna lateral que hasta ese momento intuía yo que podría llegar a ocupar algún que otro infiltrado. Imaginé que aquellos ojos negros y tristes habían visto al famoso equipo pincharrata del 68 con Bilardo, Madero y Verón, entre tantos otros monumentos del fútbol. Mi intención no fue seguirlo, claro, sin embargo su recorrido en la tribuna fue similar al mío, y sin planificarlo terminamos a un solo metro de distancia. Luego sí, ya con la pelota rodando y el matador presionando en campo rival dejé de prestarle atención.
Promediando los siete minutos, Luna asistió a Lucas y éste de zurda clavó un golazo para el uno a cero. Festejo, algarabía, desahogo. Y recordé al viejo, lo miré. Allí estaba, firme, sin emociones en el cuerpo rígido, solo una pequeña gota salada que descendía por su mejilla desde el lagrimal. “Dolor”, pensé, sabiendo que Estudiantes no pasaba un buen momento. Sin embargo, no parecía triste, tal vez nostálgico, o más bien algo retraído. Luego, cada vez que se acercaba la visita con peligro lo miraba, apostando en mi mente si el viejo haría o no algún gesto que lo delatara. Pero Nada. Solo una inclinación leve luego de una buena jugada de Carrillo que no era suficiente como para comprobar su parcialidad pincha.
Durante el entretiempo el hombre no se sentó, todo lo contrario, salió a caminar por la tribuna, mirando. Tal vez buscando a algún conocido, algún cómplice pincharrata, pensé yo, alguien con quien cambiar una palabra esperanzadora, o un insulto lapidario. Pero no, el viejo se paseaba como si estuviese en una plaza, mirando a los chicos patear la pelota en el playón, asomando la oreja entre los grupos de amigos que comentaban el partido, observando el verde fluorescente del campo, hasta retomar su posición, esta vez un poco más cerca mío.
En el segundo tiempo, el partido bajó en intensidad, y tal vez por eso el hombre eligió sentarse en el cemento. Lo ví lanzar algún que otro bostezo al cielo cuando la pelota parecía trabada en la mitad de la cancha, y fastidiado por los reiterativos cortes del juego. Finalmente, ante la jugada del descarado de Gonzalez Pirez, que se salió del libreto alfarense, que se lanzó a la prohibida aventura de la libertad del fútbol, que cometió el disparate de salir gambeteando a los rivales, al juez, a las indicaciones del técnico para darle el pase a Luna y correr al área a recibirla nuevamente por el puro goce del cuerpo y clavar el segundo GOLAZO... Vi al hombre pararse como un rayo fulminante, con la boina en la mano en el brazo estirado apuntando hacia el campo, lo vi morderse los labios y dar tres fuertes aplausos con los ojos inundados “¿será de Tigre, entonces?”. Nosotros explotamos, una nueva victoria en casa, tal vez contra el rival más difícil.
Volví a mirar hacia donde estaba el viejo pero no lo encontré, seguí perdiendo la mirada entre los hinchas hasta ubicarlo acodado en la terraza de la cabecera, apuntando hacia las canchitas de la Acropolis, de espaldas al estadio, frente a las estrellas, abrumado en la noche, con el cuerpo cansado. Fue entonces que, al finalizar el partido, decidí acercarme, tal vez el viejo necesitaba ser orientado para volver a su casa, tal vez tenía problemas de salud. Le toqué el hombro, tímido, y le pregunté si se encontraba bien, que si no sabía cómo volver a su casa lo ayudaba, que si era de Estudiantes no había problemas... y sin voltear me dice: “No, gracias pibe, yo no soy de Estudiantes, tampoco de Tigre, yo soy de los Nadie de los que no son aún siendo”, e hizo un silencio. Luego retomó: “Yo quise ser jugador de fútbol, y jugaba muy bien, una maravilla, pero solo de noche mientras dormía: durante el día era el peor pata de palo que se ha visto en los campitos de mi país. Han pasado los años, y a la larga terminé por asumir mi identidad: y no soy más que un mendigo del buen fútbol, voy por el mundo, sombrero en mano, y en los estadios suplico “una linda jugadita, por el amor de dios” y cuando el buen fútbol ocurre, agradezco el milagro sin que me importe un rábano quien es el club o el país que me lo ofrece”. Y se marchó.
*Homenaje a Eduardo Galeano (1940-2015), un grande de nuestra américa del sur y de nuestro fútbol. La bastardilla es un fragmento de “el fútbol a sol y sombra” del que es autor.