3 de junio de 2019. 09:47 hs. Tigre.
Se recostó en el asiento del tren de la linea Mitre con una violencia provocada por las piernas flojas. Toda la adrenalina generada por el cuerpo recientemente producía sus consecuencias. Cerró los ojos y empezó a pensar. Todo lo vivido en las últimas horas pasaba por su cabeza en orden aleatorio. Pero con una emoción en común.
2 de junio de 2019. Alderedor de las 15 hs. Un bar en Córdoba.
La tele mostraba el partido de Boca ante Argentinos. Mentiría si dijera que no se lamentó por un segundo en lo cerca que estuvo el equipo de La Paternal en ser el rival en esa final, en vez del poderosísimo conjunto Xeneize. Pero bueno, tocaban ellos y si había que salir campeón, que sea a lo grande. El suculento almuerzo invitaba a la siesta, pero ese partido en esa tele hacia que ni siquiera pudiera hablar dos palabras con su viejo que lo miraba desde el otro lado de la mesa. El viejo vivia en Córdoba hace años y había aprovechado el partido para ver a su hijo. No iba al partido, pero un almuerzo juntos era una ocasion de similar importancia. Pero el retorcijón en el estomago empezaba a florecer. Y no era producto del almuerzo.
1 de junio de 2019. 21:55 hs. José León Suárez.
El 338 ramal Ruta 4 no venía. No es que estuviera demorado. Pero los minutos a esa hora pasaban sorprendentemente despacio y parecía que había estado esperando desde hace un buen rato. Recién caía que iba a viajar a Córdoba. Si, ahí, en esa oscura parada en una avenida de Suárez, donde tenía que ocultar cualquier identificación con Tigre por si algún hincha de ese equipo tricolor de la zona aparecia. Si, ahí, después de una maratónica corrida desde su salida del laburo en Martinez a las 20, su llegada a casa en Suarez, una cena rápida y un beso a su novia que pidió un adelanto en su trabajo para que pudiera sacar las entradas. Y el 338 asomó a lo lejos
2 de junio de 2019. 20:50 hs. San Fernando.
El celular no paraba de sonar. La pantalla iluminada que indicaba la llamada decía "Darío". Pero a pesar de que la llamada desde Córdoba era en medio de un clima de festejos, no se atendió. Matías, el otro hermano, estaba en la terraza mirando hacia Victoria. A lo lejos, a unas cuadras se veía nacer una estrella. Y Matías sonrió.
2 de junio de 2019. 00:30 hs. Tigre.
Todos los micros que acababan de salir en fila india cual procesión religiosa tenían algo en común. Transportaban un carnaval azul y rojo que no paraba de agitar. Y también, miles de unidades de una misma ilusión.
2 de junio de 2019. 19 hs aprox. Un estadio en Cordoba.
Un penal es llamado "la pena máxima" en el fútbol. Para el rival, claramente. Pero nadie dice que también lo es para los hinchas del equipo al que se le concedió dicho penal. Y más si es en una final. Esos segundos que son horas, ese trote hacia la pelota que es digno de un caracol. Esa angustia de ver al arquero tirarse hacia el mismo lado que la pelota. Esa posibilidad tan cercana de ponerse dos goles arriba y creer firmemente en salir campeones y que solo es amenazada por las manos de ese arquero que se tira a su derecha hacia una pelota rasante que va al mismo lado. Darío evitó todo eso y se dio vuelta. No lo miró. Cerró los ojos y segundos después escucho el grito de gol.
2 de junio de 2019. 08:30 hs. Algún punto en la Ruta 8.
Las ventanas empañadas por la fria mañana no dejaban ver el paisaje. Tampoco habia mucho para ver. Campos, campos y campos. Pero quitar el agua del vidrio con la mano y perderse en ese interminable verde era lo unico a disposición para calmar la ansiedad. ¿Sería ese el día? Darío confiaba que si. El día estaba hermoso. El cielo celeste y una fresca de esas agradables que anuncian con timidez que el invierno estaba cerca. Pero en unas horas iba a estallar el calor.
2 de junio de 2019. 20:41 hs. Un Estadio en Cordoba
Y el calor estalló. Darío saltó, festejó, se abrazó con Santiago, su colega en Solo Tigre que ese día fue su compañero/hincha. Se abrazó con su padre y se abrazó con un sinfín de desconocidos que eran en ese momento sus mejores amigos. Sus laderos en la última batalla de una guerra de casi 117 años. Y la habían ganado. Ese pitazo del árbitro indicó que por fin habían vencido. No habían conquistado solo un título. Habían conquistado años de cargadas por adoptar un gigante dormido como dueño de sus emociones futuras. Habían vengado tantas frustraciones, tantas injusticias. Habían conseguido ese desahogo de muchas generaciones. Lograron ser parte del mejor momento de la historia del Club. Del día que una estrella le brotó en el escudo.
2 de junio de 2020. Primera hora de la mañana. En casa
Todas estas lineas surgen de los recuerdos de Darío de ese día. Hace 366, para ser exactos. De forma aleatoria fueron apareciendo todos los momentos vividos desde horas antes de partir en el viaje yendo y viniendo en el tiempo. Como cuando recordás con amigos momentos únicos y las anecdotas van recreándose sin un orden determinado. Y este es uno de esos momentos. Y seguro que los mas de veinte mil hinchas que fueron a Cordoba vivieron y sintieron lo mismo que se cuenta acá. La historia de Darío es la misma de la de cada uno de los hinchas de Tigre que ese dia, hace un año, gritaron Campeón por primera vez.