| Por Matías Suárez |
En la arena vio una carta, de esas tipo españolas, su compañero le dijo que esa figura significaba “trabajo”, la levantó, ella señalo al cielo, le dio un beso y la guardó entre sus pechos. Se volteó hacía la orilla y contempló el río. La música de esa noche eran tambores y campanillas que sin cesar resonaban bajo una luminosa luna.
Como si fuera un escenario la costa de Pacheco y el Río iba recibiendo a unas mujeres con vestidos blancos y a unos hombres de remera o pantalón del mismo color. Llegaban en micros, autos, motos y camionetas, parecía que daba lo mismo como llegar, pero lo que no podía faltar eran las barcas.
Pequeñas embarcaciones de cartón y madera, decoradas en dorado y amarillo, con velas encendidas, y llevaban en su interior lo que después supe que eran ofrendas: maíz, miel, fruta, cáscaras y pedazos de bananas, más otros elementos que rodeaban como adorando una figura. Una a una las barcas fueron apostadas en la orilla, rodeadas de otras velas que formaban un círculo enterradas en la arena.
Casi como en un orden establecido pero sin indicación alguna visible, cada grupo que llegaba sumergía sus pies descalzos en las nocturnas aguas del río, se tomaban de las manos, cargaban la barca, mientras cantaban palabras imperceptibles desde la orilla.
Nada parecía existir, ese momento era particular, único. Mujeres entre lágrimas y hombre en algarabía salían de la orilla. Era misterioso pero agradable verlos, disfrutaban, era claro que esperaban eso desde hace mucho tiempo.
Sólo una vez al año. Los relojes marcaron las 12, ya era 8 de diciembre, Día de la Inmaculada Concepción de la Virgen María para los católicos, Día de la Mae Oxum para estos integrantes de la comunidad Umbanda de Zona Norte.
Después de preguntar llegue a hablar con unos de los jefes de la comunidad, muy amablemente me explicó las razones de este ritual a orillas del río, me contó que lo que se pide no es muy diferente a lo que otros fieles de otras religiones suelen pedir: salud, trabajo, dinero; se pide y se agradece decía, puede ser por un embarazo que se esperaba, un trabajo conseguido o el dinero ganado durante el año.
Apenas el viento se hacía sentir, algunas barcas aún con las velas encendidas flotaban, otras se incendiaban ó se hundían ante la vista de esos incondicionales fieles.
Me fui dejándolos atrás, me aleje de esa orilla, de esos cánticos, de esas barcas. Seguía llegando gente, más barcas, ojos y pies llenos de esperanzas, de una Fe con otro nombre, desconocido para este escriba, pero con el mismo arraigo desesperado en las miradas, iguales, a las que supe ver frente a un crucifijo.