Entre la añoranza por su tierra natal, la esperanza de un futuro promisorio para la Argentina y los estragos producidos por la Primera Guerra Mundial en Europa, Bernardo Ader se abocaba a la construcción de la torre-mirador, dejando en suspenso la edificación del proyectado castillo. El inicio del trámite solicitando permiso a la Intendencia para iniciar la construcción ingreso el 26 de junio de 1916 bajo el expediente Nº23, y fue concedido en tan solo siete días, por el primer Intendente del Partido de Vicente López Don Juan Miguel Gutiérrez, el 3 de julio del mismo año.
Seguramente, la intención de Bernardo de ofrecer la Torre como “un regalo al país que lo había adoptado” en el marco de los festejos del Centenario de la Independencia, hayan acelerado los tiempos burocráticos. De manera que, aprobado el permiso y pagados los derechos de construcción se pudo proceder a la colocación de la piedra fundamental de la Torre de la Independencia el 9 de julio de 1916.
La realización de una obra de la envergadura de la Torre de la Independencia lleva varios años desde su diseño hasta su construcción. Algunos viejos vecinos recuerdan haber escuchado que “la torre se hizo en varias etapas”. Por otro lado, muchos indicios permiten pensar que el proceso que llevo a la concreción del proyecto completo ya existía desde mucho antes. Al momento de su construcción, sin embargo, el hijo ingeniero de Ader ya había fallecido, por lo que se recurrió al estudio de los ingenieros civiles Artaza y Marino para el proyecto y dirección de la obra, y fue el arquitecto Rafael Pinto el encargado de confeccionar los planos de la estructura de la torre. En cuanto al estilo arquitectónico de la obra ya había sido definido varios años antes en un dibujo en el que se podía apreciar un verdadero castillo al estilo Enrique VIII, en tanto que la torre adosada a sus costados respondía al eclecticismo de la época, en el que predominaba el estilo neo-florentino.
El proyecto, las definiciones del estilo, las consultas con los arquitectos deben haber llevado su tiempo, pero además debe haber llevado un tiempo la elección del lugar donde sería levantada la torre. Recordemos que el gran bloque de las tierras que Ader poseía en la zona sumaba trescientas hectáreas, y como no podía ser de otra manera se eligió el lugar más alto de la zona. Por solo trescientos metros, ese lugar se ubicó dentro de los límites del partido de Vicente López, en uno de sus puntos más altos y a siete kilómetros de la costa del Río de la Plata, por lo que la construcción quedo protegida de las inundaciones, y en medio de la campiña entre una frondosa vegetación que le otorgaba un lugar de destaque entre otras edificaciones de la zona. Otra cuestión que trajo complicaciones, fue la importación de muchos de los materiales utilizados. Bernardo Ader realizó varios viajes a Francia entre 1888 y 1911, los mármoles de Carrara, cerámicas, piedras, apliques ornamentales, y una veleta metálica pueden haber llegado al país en un solo embarque. Podemos imaginar el trayecto y dificultoso camino que el valioso material debió realizar hasta recalar en las tierras del oeste de Vicente López. Desde el puerto a la cercana estación de Retiro, de allí hasta Villa Adelina y finalmente cargados en grandes carretones que los acercaron a su destino final en el oeste de Vicente López. (...)
Siguiendo el informe técnico de Jorge Alfonsín, en 1998, los ingenieros que tuvieron a cargo la obra recurrieron al hormigón armado para resolver la estructura resistente de la torre. De modo que, podemos considerar un avance para la época integrar la estructura de la torre con cuatro columnas interiores verticales de hormigón armado, cuya altura correspondía a la de la torre, más varios metros con base de fundación introducidas en el terreno. Para sostener las cuatro columnas se cruzaron dos tensores horizontales apoyados en la base de la cúpula. A esta innovación adjudica Alfonsín el buen estado edilicio que conserva la torre a pesar del paso de los años. Hoy en día esta allí erguida entre fábricas y chalecitos observándonos detenidamente como un símbolo de los tiempos pasados de una gran familia, la de Bernardo Ader y significante para nuestra historia presente.