Más allá del resultado adverso, el hincha de Tigre se congregó esta noche para despedir al ídolo máximo del club: Martín Galmarini. Mucha expectativa y sensibilidad en la previa de su último partido como jugador profesional que se trasladó a la cancha, colmada.
Con 40 años, el Patito colgó los botines y protagonizó una noche que no olvidará jamás en su vida. Se empapeló todo el barrio con imágenes suyas, se colgaron pasacalles y las tribunas reventaron.
Aparecieron remeras con frases alusivas, carteles y se preparó un recibimiento especial con banderas, bengalas rojas y azules y luego se desplegó un trapo enorme en la popular. El Pato, con la 8 dorada en la espalda, saltó a la cancha de titular.
Se saludó con todos los jugadores de Arsenal, luego con sus compañeros y antes del pitazo inicial recibió una camiseta enmarcada entregada por los dirigentes, momento que compartió junto a su familia.
Lo que pasó en los primeros 8 minutos fue anecdótico y en ese momento el partido se paró para que la hinchada le de un último adiós. Aplausos hasta romperse las manos, lágrimas y saludos. El eterno capitán le dejó su cinta a Sebastián Prédiger.
En su lugar, entró Blas Armoa a la cancha, y el Pato se llevó una de las ovaciones más grandes de su carrera en el Coliseo.
Terminado el partido, saludó una vez más a las cuatro tribunas, sonó el estridente "Patooo, patooo" y entre lágrimas se fue al vestuario para a partir de ahora darle paso a la leyenda.
A base de sacrificio y juego, Martín Galmarini supo hacer historia con su Tigre querido. Un campeonato de Primera División, tres subcampeonatos y tres ascensos, podrían bien resumir lo que fue la trayectoria del Patito. Dos décadas pasaron desde aquel debut en Villa Crespo ante Atlanta el 14 de octubre del 2002, por el campeonato de la Primera B Metropolitana 2002/2003. Ese era el inicio de una larga trayectoria en Tigre, donde jugó un total de 392 partidos y marcó goles clave que dejaron afónicos a más de un matador.