Claudio Bustos, vecino de Beccar, recita y entona a Roberto Goyeneche con el mismo dejo de tristeza en su voz. Lo hace para que su confesión tenga un tinte melancólico pero descontracturado. Para que su nostalgia sea canalizada en la letra de otro. Esa nostalgia que conmovió al público de Los 8 Escalones días atrás.
“A esta edad tengo solo miedo de enamorarme”, dice el hombre de 78 años, que abandonó su oficio de peluquero para entregarle toda su energía a la actuación, la misma que lo ilusionó de joven y lo lleva a vestirse como una vedette.
Su imagen se popularizó luego de su visita al programa Los 8 escalones. Allí, con su atuendo de diva, buscó alcanzar sin éxito el premio mayor. Todo bajo el propósito de cumplir su sueño: comprarse una casita en el Tigre, frente al río.
“La faceta artística nunca me dio de comer. Empecé de chico a hacer obras de teatro en el colegio. Cantaba y bailaba folclore, porque siempre me gustó estar en un escenario. Pero no pude ser lo que hubiese querido, todo por darle el gusto a mis padres”, cuenta Claudio a TN.
“Sentía una culpa muy grande por ser gay, porque escuchaba que era lo peor del mundo. Mi papá tenía mucha ilusión de tener un hijo varón, con todo lo que eso implica. Y yo no se lo pude cumplir”, dice.
Creció junto a Pastor y Felisa, sus padres, en la pieza de un conventillo en el que los domingos se compartía la comida y en la semana se peleaba de manera brutal por el uso del baño. Con el tiempo, la familia, que incluyó a su hermana, logró mudarse a una modesta casa ubicada en Beccar, partido de San Isidro.
“Ahora duermo mal y poco. Sufro trastornos de ansiedad. Así que no veo la hora de que amanezca para ponerme a hacer algo. ¿Medicación? Paso, tengo miedo de volverme adicto”, señala Claudio.
La única terapia que aceptó a lo largo de su vida es la de conocer a otros gays. Así lo detalla el hombre que cuando era adolescente su papá le conseguía trabajos temporales, mayormente como cadete en la ferretería o la farmacia del barrio.
El consejo que le cambió la manera de ver la vida
“Una vez me dijeron: ‘vos sos gay y vas a ser gay toda la vida. ¿Querés ser infeliz toda la vida o vas a hacer lo que te gusta?’”, recuerda. Aquel consejo lo liberó: “Me decidí por ser feliz, algo difícil para la época, porque nací en 1945 y, después de estudiar un bachillerato y para ser secretario comercial, me di cuenta de que no me iban a dar trabajo en ningún lado”.
Claudio expresa que en su casa siempre hubo cariño, comida y ropa limpia. “Mis padres querían que fuésemos al colegio. Nos daban todo. Pero a la vez sabían que yo era gay y lo ignoraban. Yo me daba cuenta porque veía que lo sufrían”. En 1970 conoció a Julio, su pareja y amor de toda la vida, quien falleció en 2013. “Fue una persona extraordinaria para mí. Empezamos a estar juntos porque ambos estábamos solos. No teníamos nada y la policía nos perseguía”, detalla.
Julio, que había tenido un hijo fruto de una relación casual con una mujer, lo invitó a dormir en una casa en la que un grupo de amigos guardaba los instrumentos de una murga. “No lo premeditamos, surgió así. Empezamos a convivir y sin darnos cuenta nos enamoramos”, agrega Claudio.
Durante todos los años que permanecieron juntos, Claudio se afianzó como peluquero en un salón de belleza propio. Lo consiguió luego de trabajar dos años para otro peluquero, ahorrando y esforzándose por cumplir aquel anhelo. “No tenía una gran vocación de peluquero, pero otra cosa no podía ser. Estudié y me capacité en San Fernando, aunque primero empecé a cortar de atrevido. Las mujeres eran las primeras que se arrimaban a mí por compañerismo”, cuenta.
Por qué se viste como vedette
Admirador de Nélida Roca, Susana Giménez y Nélida Lobato, Claudio guarda un espacio en su corazón para la recordada Cris Miró. “Yo soy gay, pero no me siento ni mujer ni hombre. Y soy actor. A mí no me cuesta nada hacer un papel de algo. Mis primeros amigos hacían transformismo y ellos me vistieron y maquillaron por primera vez. Tenía 18 años. Recuerdo que me vi al espejo y dije: ‘parezco una mina’”, dice.
“Entonces comencé a vestirme así, como una vedette, de manera militante. Noté que al hacerlo sucedía algo que me hacía bien: cuando desfilaba en el corso de mi barrio la gente me aplaudía. Y me hizo sentir muy feliz que la gente aplauda a un gay haciendo algo agradable”, sostiene.
A partir de ahí se volvió un obsesivo del maquillaje y la ropa: Claudio acumula prendas y prendas en su casa, muchas de ellas conseguidas a buen precio tras caminar durante horas las calles del barrio porteño de Once. Hoy, jubilado y abocado al teatro en su barrio, aún perfecciona su arte con clases de guitarra y piano. “Muchos amigos me convocan para shows de canto. Puedo cantar como hombre o como mujer. Esas cosas me mantienen vivo”, explica.
Claudio remarca: “En cuanto a lo sentimental, luego de la muerte de Julio quedé muy mal. Así que hoy tengo miedo de volver a enamorarme, porque es un sentimiento lindo que al mismo tiempo genera inseguridad y nos pone tontos”.
“A los jóvenes, por sobre todo, sean honestos con sus padres y no sientan vergüenza. Son sus papás; ustedes, sus hijos, y si son buenas personas los van a comprender y amar. Pase lo que pase”, aconseja.