Todos los domingos del año desde las 13, hasta que se cae el sol, sobre Roque Sáenz Peña en el bajo de San Isidro, vecinos y visitantes se pueden encontrar con “La Peña del Michi”.
“Que bien te sale la torta de ricota Mabel…” se escucha de una mesa a otra. Entre la arboleda, sifones de soda, vino tinto y empanadas mantelan el festín. Bombo, charango y voz proponen, alpargatas zamban y las polleras se vuelven folklore.
En esa calle que se pierde junto al rio, un jacarandá y una tranquera son el indicio para aquellos que buscan enamorarse. “Eso buscamos, que la gente pase y se enamore”, expresa Carolina, la hija del Michi, fundador de la peña. Las erres se ablandan en el fresco de su sonrisa: “Cada árbol que vos ves acá, lo plantó mi papá, ellos lo hicieron todo. Después yo construí toda esta parte", dice señalando un reparo que a vapor de hornallas mezcla de locro y humita, despacha sabores provincianos. “Pero eso fue cuando empezó la Peña del Michi. Ahora te cuento la historia”.
Después de varios años viviendo en el interior del país, Guadalupe Michi Aparicio (oriundo de Tilcara, Jujuy) e Irene Salman, de Buenos Aires, ambos destacados artistas plásticos, decidían instalarse en Buenos Aires.
"Cuando nos vinimos a Martínez fue extraño, pero a Papá le convenía por las galerías de arte. Él y mamá compartían el mismo sueño, armar un taller de arte para niños en donde la infancia no tuviese obstáculos entre las imágenes creativas y su realización. Fue en ese momento que se empezó a gestar el Taller de la Ribera. Igual, mi viejo siempre hacía reuniones, venía gente a cantar o alguien a hacer alguna exposición o presentación de libros, de discos", recuerda Carolina..
Del pago a la ciudá… De Santiago hasta Martínez, las venas afinadas en costumbres de Michi, fueron transformando el taller en un centro cultural. En 2008, al fallecer Irene, Michi se sume en una tristeza absoluta y les pide a sus hijos, Pedro y Carolina, que le vayan a hacer compañía.
-Y nos fuimos a vivir con él, los chicos, con Orlando, mi pareja en ese momento, y yo. Empezamos a hacer reuniones los fines de semana al mediodía para que papá no se sintiera solo. Y se fue formando un espacio donde las familias se encontraban a comer unas buenas empanadas, un buen asado, un buen locro. Hasta que un día dijimos "¡¿Porque no hacemos una Peña?!" Así empezamos… y la gente se prendió de toque.
"No somos nada comerciales, nos gusta el boca en boca. Lo importante es que la gente venga y pase un lindo rato, vea buenos músicos, coman rico".
Se arriman mesas linderas, familias que son amigos, amigos que son familia. En la pista, el zapateo enmarañado coquetea con la media vuelta. Agitan palmas y pañuelos… y se va la segunda.
"No somos nada comerciales, nos gusta el boca en boca. Lo importante es que la gente venga y pase un lindo rato, vea buenos músicos, coman rico. Todos los que vienen dicen que 'hay una magia especial'. Muchos ya son habitué, ya somos amigos. Se arma una especie de club. En agosto festejamos la pacha, hacemos ceremonia con ofrendas, se pone hermoso. Y en febrero el desentierro del diablo, el carnaval y después el entierro, esos son tres domingos distintos", asegura la hija del Michi.
El sol va dejando paso a la noche y los músicos dejan las pistas para sumarse a la ronda. Una brisa santiagueña se cuela entre las cuerdas de una criolla y viaja a través del aire…atraviesa la calle, cruza la rotonda y se pierde entre las casas, que quizá, en un paréntesis del televisor… una voz curtida vibre despacio… intentando en una payada enamorar a la luna. Me gusta este lugar... ¿cómo qué no? Míralo, míralo.