Fuente: Cancha Llena (La Nación)
"No me vas a gritar ´papi´ en medio del partido que te mato, ¿eh?". Mitad en broma mitad en serio, el defensor con más horas de vuelo en el plantel de Tigre lanzó la indicación para el arquero debutante. Como si lo conociera de toda la vida, el número 3, una institución en el club de Victoria, quiso dejar en claro ese asunto, porque imaginaba que el juvenil número 22 tendría dudas al respecto. Cómo no iba a tenerlas, pensaba, si él mismo iba a morderse la lengua para que no se le escapara en medio de la faena la palabra prohibida: "Hijo". El acuerdo se selló con un movimiento de cabeza: si no valía una, tampoco la otra. Con ese pacto, Juan Carlos y Matías Blengio, o Chimi y el Mono -35 años para uno, 17 para el otro-, entraron en la cancha en Tandil para jugar un amistoso de verano y de paso se aseguraron un lugar especial en el libro de las curiosidades.
"Me puse muy nervioso al principio. Es que miro para atrás y veo a mi hijo atajando, y claro, no quiero que le lleguen ni que pateen al arco. Después, una vez que lo vi tranquilo y seguro a él, ya me relajé", explica Juan Carlos, Blengio padre. El que se ríe al lado suyo en un hotel tandilense es Matías, el hijo, y uno de los juveniles elegidos por el nuevo entrenador de Tigre, Mauro Camoranesi, para sumarse al plantel de primera durante la pretemporada en las sierras.
Matías está rapado. Ni siquiera la presencia de su padre pudo salvarlo del ritual de iniciación para los jugadores que llegan al primer equipo. "Cuando yo debuté hace como 20 años -dice el mayor de la sociedad- no te pelaban. A mí me cortaron una colita cubana que tenía, y a él ahora le tocó como a todo el mundo". Después de su debut en un amistoso ante San Martín, de San Juan, los más grandes emboscaron al arquerito en su habitación al igual que a los otros dos ascendidos, Sebastián Balmaceda y Santiago Villarreal. Al menos tuvieron el detalle de raparlo parejo. "Me queda bien eh", dice, atento a cuestiones de estilo, como todo exponente de su generación.
Los Blengio saben que son un caso raro. No todos los días comparten un plantel profesional un jugador y su hijo -o un jugador y su padre-. Juan Carlos reconoce que desde hace tiempo sospechaba que esto sucedería. "Sabía que íbamos a coincidir tarde o temprano. Porque aunque a mí me queda poco y él es muy joven, desde que estuvo en la selección juvenil se le fueron abriendo las puertas."
Matías formó parte desde 2013 de los seleccionados Sub 15 y Sub 17, y también tenía sospechas de que las paralelas se cruzarían en un punto: "Lo más extraño de todo es tener que decirle Chimi", cuenta. Ahora que lo mira desde el arco, además, el juvenil tiene la inusual posibilidad de gritarle al padre e incluso de retarlo. "Así debe ser, qué le voy a ser", se resigna el defensor.
De no haber sido por intervención de un primo de Juan Carlos -o un tío de Matías- hace unos diez años, probablemente la coincidencia en el primer equipo nunca se hubiera dado. Fue él quien le pidió a su sobrino que se sacara la camiseta de jugador que solía usar porque necesitaba un arquero de emergencia. El puesto le gustó, y se quedó con el arco. Eso fue en la Asociación de Fomento Unión de Talar, un club barrial de Tigre en el que está involucrada toda la familia Blengio, por si no hubiera suficiente fútbol en casa. En ese equipo, el propio Juan Carlos fue mucho tiempo director técnico de su hijo. Más tarde llegaron la prueba en Tigre, las convocatorias de la selección juvenil -incluido el subcampeonato en el Sudamericano Sub 17 de Paraguay-, y por último, el viaje a Tandil.
Antes de la pretemporada, padre e hijo compartieron vacaciones en Pinamar, y fue lo último que compartieron. Porque el profesionalismo es el profesionalismo: viajaron en asientos separados en el micro que los llevó a Tandil, duermen separados en el hotel, comen en mesas separadas y tienen pasatiempos bien distintos. Mientras el joven se rompe los dedos en torneos de boxeo en la Play Station con su compañero de cuarto, Fernando Lugo, el padre prefiere mirar películas con el suyo, Carlos Luna. "¿Por qué no le hablás más a tu hijo, Chimi?", le dicen, pero el veterano de Tigre quiere que no haya diferencias, que sea uno más. Eso sí, no duda en recurrir a él cuando tiene algún problema con el celular: "Soy cero tecnología", admite.
Matías es un caso raro, no sólo por este detalle de jugar junto a su padre, sino además por haber jugado en Europa antes de debutar en la primera de Argentina. Las vueltas de la vida, o más bien las de su papá, lo depositaron a los 11 años en Grecia junto a toda su familia. Juan Carlos había sido fichado por el Atromitos FC, de Atenas, y los Blengio hicieron las valijas. La experiencia no resultó del todo buena por algunas lesiones para el defensor, pero el arquerito de Tigre llegó a sumar algunos partidos y puede decir que ya jugó en Europa.
Además del apellido y la pasión por Tigre, los Blengio comparten el mismo techo. Las sobremesas son algo monotemáticas, pero eso no molesta: Griselda, esposa y madre, es futbolera como ellos; Franco, el hijo menor, es arquero y aunque no llegará a jugar con el padre quizás alcance a pelearle el puesto a Matías. Y la más chica, Uma, no quiere que le hablen de muñecas: sólo quiere una pelota.
Por ahora Matías no piensa en vivir sólo. Lo deja en claro Juan Carlos, el padre al fin: "Es muy chico todavía". Él mismo cuenta que dejó la casa de sus padres a los 28, en parte porque el bolsillo apretaba y también porque lo primero es la familia. Se mudó arriba de lo de su mamá, pero después lo asumió: se fue a vivir al lado. Matías y él se ríen porque saben que muy cerca de la actual casa Blengio hay un terrenito..., por las dudas.
Además del club y del techo, y de las sobremesas con ex compañeros de las inferiores de Juan Carlos que son un recordatorio de que no todos llegan a vivir del fútbol, padre e hijo comparten tatuajes del Gauchito Gil. Juan Carlos tiene uno en el brazo y otro en la espalda, y Matías luce uno en la pierna. La devoción por el gaucho Antonio Mamerto Gil Núñez nació cuando el flamante arquero del plantel profesional de Tigre era un nene y sus padres no sabían cómo detener los ataques de convulsiones que él sufría cada vez más seguido. "Nunca supimos bien qué tenía, pero desde que fuimos al santo no le agarraron más, por eso siempre vamos a ser fieles a él. No olvidamos que por momentos la pasamos mal, y mirá cómo estamos ahora, jugando juntos. Todo llega finalmente: es cuestión de traspiración y también de fe."