Por Juan del Pino*
Hace casi mil años, en los arrabales de lo que hoy es Madrid pero entonces era parte de la frontera entre el mundo árabe y el cristiano, nacía Isidro, hijo de una familia humilde y agricultora empleada por una familia rica.
El patrono de nuestra ciudad, San Isidro labrador, nació y se crio entre mundos, en las fronteras religiosas y de clase, jugando y trabajando en medio de contrastes y diversidades forjó un carácter afable, tolerante, cariñoso, amigo de sus vecinos y de los animales, con quienes tenía un vínculo profundo.
Cinco milagros se le atribuyen a San Isidro en vida, cuatro de ellos vinculados a su trabajo como labrador y su especial relación con los animales, pero hay uno, el quinto, que me parece importante rescatar en estos tiempos.
Isidro y su esposa María (también santa), como buenas personas de fe, solían atender a los necesitados que se acercaban a su casa. En aquella ocasión las visitas habían sido más de las habituales y la olla de puchero se encontraba vacía. Isidro, sin embargo, le insistió a María para que fuera a la olla en busca de alimento mientras atendía al necesitado. Para sorpresa de María, se encontró con la olla repleta de puchero que se había multiplicado y siguieron así alimentando a todos los vecinos que se acercaban.
Hoy, mil años más tarde, en nuestro querido San Isidro son decenas las santas y los santos cotidianos que, como pueden, multiplican sus ollas para atender a sus vecinos. En barrios como La Cava, Santa Ana, Sauce, Binca, San Cayetano y tantos otros, isidros y marías anónimos se arremangan, buscan donaciones, intentan gestionar ante un Estado ausente y ponen de lo suyo para atender al necesitado.
Hoy, en este nuevo patrono de nuestra ciudad, queremos invitar a nuestras vecinas y vecinos a sumar su grano para multiplicar las ollas en los barrios más carenciados del distrito. A fortalecer esos milagros cotidianos tan necesitados en este momento. A tomarse un ratito para pensar en el otro, ablandar el corazón y multiplicar la solidaridad. En los barrios hay familias esperando el milagro de San Isidro para poder alimentar a sus hijos y en nuestras manos está, al menos en parte, la posibilidad de mantener viva la esperanza. No dejemos que la solidaridad sea teñida de oscuridad, no nos resignemos a vivir en un mundo sin amor al prójimo.