Las discusiones sobre los llamados “saqueos” (o su inminente posibilidad) oscilan entre aquellas que apuntan a la moralidad de los participantes (estigmatizados como “hordas descontroladas” o “criminales”) y aquellas que señalan sus causantes estructurales (desigualdad, pobreza, segregación). Lo que suele quedar fuera de la conversación es aquello que la última oleada de violencia colectiva masiva en el país (los saqueos de 2001) vinieron a develar: la existencia de una zona gris de conexiones clandestinas entre perpetradores de violencia, sectores del campo político y las fuerzas policiales.
Esas conexiones clandestinas fueron las que crearon en Diciembre de 2000, las oportunidades para los casi 300 episodios de violencia contra supermercados grandes (usualmente protegidos por la Gendarmería y la policía) y pequeños (usualmente desprotegidos en lo que se conoció como una “zona liberada”).
La zona gris forma parte de los cimientos de buena parte de la actividad política en la Argentina contemporánea. No es un vestigio del pasado; no es ajena o primitiva. Por el contrario, es un área en crecimiento de la Argentina democrática, al norte y al sur, a la derecha y a la izquierda del espectro político. Una atenta mirada a lo ocurrido antes, durante, y después de los saqueos de 2001 –así como a lo acontecido en otros episodios de menor masividad como los del Parque Indoamericano o en el “incendio” de Villa Cartón– demuestra la centralidad de esa zona gris de relaciones ocultas –muchas veces ilícitas– en la creación de oportunidades para la violencia.
Actores políticos establecidos (funcionarios y miembros de partidos políticos con sus credenciales democráticas en orden) conciben a la violencia colectiva perpetrada por los desposeídos como un arma específica con la que avanzar posiciones dentro el campo político. La violencia colectiva – la posibilidad de ponerla en marcha o de controlarla – es una forma de capital que circula al interior de este campo. Cuanto más capital se tenga (cuanto más daño físico uno pueda generar o controlar), más los otros actores políticos lo tendrán a uno cuenta. Los riesgos implícitos en la acumulación de este tipo de capital son, demás está decirlo, muy altos tanto para los propios actores como para el conjunto de la sociedad.
El que juega con fuego… Es importante remarcar esto, porque las conversaciones actuales (desde la derecha del campo político, preocupadas por la moralidad; desde el progresismo, por los determinantes estructurales) dejan de lado lo que quienes estudian la acción colectiva (violenta o no) en otras partes del mundo saben desde hace rato: las necesidades (el hambre, por ejemplo) son factores a tener en cuenta para entender la insurgencia popular. Pero los medios y las oportunidades políticas que se tengan a disposición son factores mucho más importantes. Esos medios, esas oportunidades, parecen enseñarnos los episodios de 2001 (y quizás con el tiempo, los actuales), son creadas en la zona gris. Es allí hacia dónde habría que apuntar las miradas para entender cómo y por qué la violencia colectiva se produce y se difunde.
* Sociólogo. Universidad de Texas.
Fuente: Diario Clarín