Lo lógico es que uno se alegre cuando llega su cumpleaños. No digo que sea obligación, ya que hay gente que no le da importancia. Pero generalmente uno festeja, con amigos o familia, un nuevo aniversario de su natalicio.
Lo que no es tan lógico es que uno se alegre o festeje el cumpleaños de otro. Ni siquiera de una persona, sino de un club. En mi caso, no es por el hecho de festejar el aniversario del natalicio de la institución que me da y me quita a partes iguales en materia de emociones. Sino que lo que festejo, es el natalicio de una pasión.
Corría el año 2002. No es el mejor año en la historia argentina. Crisis, revueltas, pobreza. Hasta en fútbol quedamos afuera en primera ronda en el Mundial. Todo eso era algo ajeno para un chico de diez años que apenas entendía lo que pasaba en el noticiero y lo único que miraba de fútbol eran los resúmenes de Primera División los domingos a la noche porque ni cable había en casa.
Pero sí sabía que había un club en el barrio, allá por Victoria (yo vivía en San Fernando, pero así y todo a esa edad parecía muy lejos). 2002 tampoco fue un buen año para Tigre, cerca de una quiebra que parecía inevitable y un descenso a B Metro que si bien no sabía qué significaba, sabía que era grave.
Todo eso me lo contaba mi papá, que ya había dejado las canchas, se había alejado del fútbol, pero todavía guardaba cariño hacia el club al que siguió durante toda la campaña del 79 e incluso salió en la tapa de una revista zonal en los festejos del ascenso a Primera. En esos comienzos de los 2000, para mí Tigre era algo lejano, desconocido, un misterio que hasta en mi familia se veía como de otra época.
Pero ese año el club cumplía cien años. Y fue cuando a mi viejo se le ocurrió ir a los festejos del centenario y llevarme por primera vez a la cancha. Yo, encantado. No tenía idea cómo era una por dentro y mi único registro eran unos recuerdos borrosos de un par de años antes cuando mi tío fanático de River me llevó al Monumental intentando convencerme.
El fútbol era algo que no entendía aún. Me gustaba, sí. Pero no para que mi estado de animo dependiera de lo que hicieran once tipos vestidos de determinados colores... hasta ese día.
Un 3 de agosto de 2002 nació mi sentimiento. Aquel día, entrando por la unión entre la cabecera y la vieja lateral, se fue apareciendo todo el panorama ante mis ojos. Y una sensación nueva, como si conociera ese lugar de toda la vida, se apoderó de mi cuerpo.
Esa pasión que nació ese día fue creciendo, madurando. Recién pisé la cancha de nuevo unos años después. Me tocó ver los años dorados con ascensos, triunfos ante grandes, pelear torneos, jugar copas y lograr una estrella.
El club cumple 122 años ahora. Pero la que también está de festejo es mi alma que desde hace veintidós es azul y roja como esa primera vez.