“Sirvió para meterla, pero estoy triste, porque todos saben lo que es Tigre para mí”
Por: Juan Dall'Occhio
Es cierto que si esa noche nos traíamos los tres puntos a Victoria era demasiado premio. Es cierto que el planteo de Pipo había sido mezquino, y sólo abrimos el marcador por el afortunado zapatazo del flaco Donati. Cada tanto recordamos ese contragolpe que pudo definir el partido que se morfó Leguizamón por intentar eludirse hasta a los fotógrafos. Es cierto que gracias a la gambeta de Botta, al corazón de Orban y las manos de Albil estuvimos con vida hasta los últimos minutos del partido. Hubiese sido hermoso llevarnos ese triunfo de visitante, el último con público de Tigre en el Monumental, aunque a la luz de los hechos hubiéramos elegido perder uno a cero del primer minuto y punto. Porque lo que dolió no fue la derrota.
Todo esto es tan cierto como el enorme agradecimiento que tiene el pueblo Matador hacia vos, Chino, y que también creemos que es mutuo. Que los goles a Platense, que los goles a Chicago, a Boca y a otros tantos clubes y sociedades de fomento como la de San Martin. La Peña con tu nombre, las banderas con tu rostro, los chicos con la 7 en la espalda. Espalda que vimos con un desconocido 33 y una franja roja forzada. Porque esa tarde fue la única en mi vida en que miré a mi hinchada después de un gol tuyo y no oí nada… silencio absoluto. Y no fue por el griterío histérico de la gallina con cara de cartera recién comprada, o porque perdíamos un partido (imagínate que hemos perdido partidos mucho más feos que aquel y seguimos alentando), no. Fue el silencio punzante, del dolor más profundo por ver a tu ídolo, a tu hermano, a tu hijo pródigo, lastimarte en donde que más te duele, darte vuelta un partido en los últimos minutos frente a tus ojos. Esa noche los demonios del futbol descargaron la más cruel tragedia contra nosotros.
Cuando volvíamos en el tren te puteamos, más de uno lo hizo. Tal vez por eso sos tan glorioso, Chino, porque tenés la frialdad del redentor, el valor para demostrar tu humildad, de lo que estás hecho, porque sos noble, porque sos compañero, porque no podías traicionar a tus compañeros de ese momento. Nosotros somos tu familia, y entendemos el capricho como quien sabe de mandarse alguna cagada alguna que otra vez con la familia, y arrepentirse. No hace falta pedir perdón, tenés las puertas abiertas porque más allá de la idolatría que te tenemos, a vos o hacia a cualquier otro jugador, para nosotros el Club Atlético Tigre, el azul y el rojo en el pecho, están por encima de cualquier nombre, por encima de cualquier resultado. Lo cierto, querido Chino, es que sos para nosotros parte de este hermoso pueblo y de su gran historia para siempre. Más allá de lo que sucedió aquella noche. Por eso el domingo quiero que hagas lo que más te gusta, jugar al fútbol, correr, poner huevo y que no pienses en que nos debés algo, de verdad, porque no nos debes nada. Eso sí, y esto no es un pedido sino una deseo de amor… si hacés dos golcitos, o al menos uno (medio o un cuartito) para el triunfo, nos vas a sacar este pequeño Lunar negro de la espalda.